viernes, 3 de enero de 2014

Homeless. Primer acto INJUSTICIA. (1) Desesperanza.





Todo perdido…

…Mi culpa, es mi culpa. Jamás tuve que poner en riesgo a mi familia. – No pasa nada – me decían – ¡claro que podrás pagarla…!

…y ahora, nada… no hay salida.

La sombra de un hombre sentado al lado de una cama apenas se vislumbra en la oscuridad de la habitación.

Un pensamiento martillea su cabeza tan fuerte que casi se convierte en palabras que gritan en su boca. 

La figura se levantó de lo que parecía una silla, deambuló por la habitación y giró su cabeza hacia la pequeña cama.

Hacía tan sólo unos años era el hombre más feliz del mundo. Sus sueños se habían cumplido. No tenía grandes pretensiones, se conformaba con poder tener una mujer a su lado y formar una familia. Desde pequeño se consideraba un fracasado. Era duro, pero su padre siempre le repetía lo inútil que era. Su madre era la única que le aportaba consuelo y tranquilidad…

…pero se fue cuando todavía no había cumplido los 10 años.

Los recuerdos de ella cada vez se hacían más difusos.

Incluso cuando veía alguna foto en la que aparecía, le costaba recordar esos momentos.

Sin embargo la voz de su padre siempre estaba en su cabeza. Entonces los recuerdos sí eran claros. Sus palabras estaban atadas  a su niñez como si un martillo hubiera clavado  los clavos que le sujetarían de por vida.
La profecía se fue cumpliendo con la ayuda de  algún profesor del colegio, el entrenador del equipo de fútbol del barrio, los compañeros de clase… Incluso su abuela, madre de su padre, se mostraba asqueada cuando él se acercaba. “No sirve…no se le da bien…”, palabras que se repetían y que se habían hecho tan normales que casi no le producían daño. Había creído que  jamás serviría para algo, que nadie le podía querer, que nunca encontraría un trabajo…a lo mejor hasta su madre murió por alejarse de él…
…no le importaba ser duro con él mismo, en el fondo era su estilo de vida.

Recordaba cuando el psicólogo  del colegio le dijo a su padre que su hijo tenía la autoestima por los suelos, que debía ayudarlo…

- ¿Y a mí quién me ayuda?, fue la contestación de su padre al especialista.

Esa era su queja continua: tener un hijo inútil y nadie que le ayudara…pero lo peor era que tenía razón…

No se le daban bien los estudios, ni los deportes y además se consideraba el más feo del mundo. Las palabras de su madre abrazándolo, gritando al mundo lo bueno y guapo que era su hijo, probablemente fueran una fantasía creada en su  imaginación, sólo un deseo…

Hasta que apareció ella, María.            
     
Poco a poco las profecías se fueron rompiendo, encontró un trabajo, una mujer que lo quería y hasta una niña preciosa que le hizo pensar que ser padre era una de las pocas cosas que se le daban bien. Lo que más le gustaba en el mundo era estar con ellas. Por primera vez había empezado a creer en sí mismo…
…aunque en el fondo sabía que todo era  mentira…

El discurso de su padre nunca desapareció del todo: “no servía para nada”. Lo único que había ocurrido era un golpe de suerte, un milagro.

Pero su mujer también era culpable. Ella sabía que se casaba con un fracasado y que  antes o después iba a fallarle a ella y a su niña.

¿Cómo podía alguien querer estar cerca de él?

El destino sólo había equilibrado ese pequeño golpe de suerte que tuvo cuando se casó.
 Y ahora iba a dejar a su familia sin un techo, sin dinero, sin futuro.

-       Mírala, tan pequeña. Sólo cinco años y ya la estoy convirtiendo en una desgraciada… ¿Qué será de ella? ¿Qué futuro podré darle?...

A veces un mal pensamiento se unía a los otros y juntos se  adentraban en sus ideas como una caño de agua que encuentra salida entre las piedras. 

No era una idea nueva, en el fondo siempre había sido una opción. Lo fue cuando su madre falleció:

“…quería ir con ella.”…ahora, puede que sea una solución.

Liberar a los demás de su tragedia, de estar obligadas a convivir con un imbécil como él.

Su mujer encontraría a otro más válido, que la hiciera feliz.

Probablemente ella también lo hubiera deseado.

Estaba convencido que alguna vez había pensado en dejarle, pero ella no se atrevía. Seguramente creía que si ella lo abandonaba,  él estaría desvalido y sería capaz de cualquier cosa.  Y en el fondo tenía razón. No lo dejaba por pena, por lástima. A lo mejor hace mucho que dejó de quererle… pero no se atrevía a decírselo.

“Tiene miedo y se sentirá tan atrapada como yo, condenada a vivir conmigo.”

Si daba el paso, probablemente sería la única cosa digna que hiciera en su vida…pero un cobarde como él, no tenía siquiera  el valor para hacer este único acto de valentía.

Se acabaría el dolor, el sufrimiento y lo que es mejor…liberaría a las dos personas que más quería de su estupidez…

Como una ola que llega del mar y se adentra en su orilla,…ese pensamiento poco a poco se introducía suavemente en su consciencia…y conseguía inundarlo todo…

De repente,  desde una puerta que se abría lentamente, un haz de luz se abre paso entre las sombras del cuarto.

- ¿Qué haces aquí? ¿Por qué no vienes conmigo a la cama?...por favor…deja de atormentarte…, ya buscaremos una solución.

-  ¿Qué solución hay?  María no hay salida.

La figura sombreada se convierte en un hombre conforme se acercaba a la luz. Un rostro roto, desencajado y con unos ojos enrojecidos que miran a la mujer buscando en ella el hada que le resuelva sus problemas.
Hasta ese día, al menos, siempre había encontrado consuelo en su boca, en sus labios. Le habían transmitido calma y confianza, pero esta vez, ni esa voz dulce conseguía tranquilizarlo.

Aun así, sentía alivio a su lado… notaba el calor que aliviaba tenuemente el martilleo de sus ideas…

…pero sólo tenuemente…el martillo seguía  golpeando su cabeza.

-       Mañana iremos al banco y  hablaremos con Javier. Él es tu amigo, y seguro que comprende nuestra situación.

La mujer le dio, entonces, la mano a su marido y consiguió rescatarlo de las sombras de la habitación de la pequeña Marta.

Vamos, no despertemos a la niña…



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